21 marzo 2007

Óscar Wilde


Pocas vidas son tan novelescas como la de Wilde. Un dandi amante de los excesos, disconforme con las “formas” (valga la redundancia) y acechado por la cárcel y la ignominia.

Procuró aprender el arte de la conversación a la manera de los griegos. Consideraba la antigua Grecia no como una época en la historia sino como una idea que se dedicó a cultivar en su interior. Su vida y su obra eran inseparables. Él mismo era tan pintoresco como sus obras, recitando su poesía con sus levitas de tercipelo con un clavel en la solapa.

Sus epigramas y sus chaquetas fascinaban tanto como sus obras de teatro, sus cuentos o su única novela. Él mismo afirma que “he puesto todo el genio en mi vida y solamente el talento en mi obra”.

Cuando hacía apenas dos años que llegó a Londres empezó a ser conocido en todos los círculos. Pecador, si los hay, fue creador de un personaje que le llevó la vida. Al tiempo que contrastaba su estilo extravagante y transguesor con la mojigatería victoriana de las clases altas, cenaba todas las noches con los panteras, un grupo de muchachos de los barrios bajos de Londres.

“Podemos perdonar a un hombre por haber hecho una cosa útil siempre que no la admire. La única disculpa que tiene el hacer una cosa inútil es que uno la admire intensamente. Todo arte es completamente inútil”, Wilde se atreve a defender, en una sociedad que se enorgullece de producir objetos útiles, al arte por el arte mismo, a la belleza como un valor en sí misma.

Llegado cierto punto, se le deja a Wilde una noche para escapar de Londres y volver a su amado París. Tras esta primera condena, no hay ningún interés en hacerla efectiva. La justicia está satisfecha así. Le dejan la noche, confiando en que huirá a Francia. Pero él rechaza esa oportunidad y renuncia a escapar, como todos deseaban, y es arrestado a la mañana siguiente.

Los acontecimientos se precipitan cuando el Marqués de Queensberry, padre de Lord Alfred Douglas, su amante, le deja en el Club Abermale una tarjeta que dice: “A Oscar Wilde, que alardea de sondomita”. La atroz falta de ortografía persiste imborrable en esta historia, como una burla más. Cansado de la persecución del Marqués, Wilde le entabla una querella.

Un juicio del que pasaría de ser la víctima a ser el acusado, ya que Queensberry probó el delito que acusaba, y Wilde fue condenado por gross indecency, indecencia grave. Ello llevaría un interminable proceso judicial que terminaría en condena.

La Sociedad de la que él se rió, y que rió con él y más tarde de él se había vuelto en su contra. Perdió su fortuna y su familia, la mayoría de sus amigos le dieron la espalda. Sólo le quedaron el dolor y el conocer a la piedad como él mismo le confesó a André Gide: “de rodillas doy gracias a Dios por habérmela hecho conocer (La piedad). Pues yo entré en la prisión con un corazón de piedra y pensando sólo en mi placer, pero ahora mi corazón se ha roto, y la piedad ha entrado en él; y ahora comprendo que la piedad es lo más grande que hay en el mundo”.

Algunas frases de Óscar Wilde:

Lo menos frecuente en este mundo es vivir. La mayoría de la gente existe, eso es todo.

No voy a dejar de hablarle sólo porque no me esté escuchando. Me gusta escucharme a mí mismo. Es uno de mis mayores placeres. A menudo mantengo largas conversaciones conmigo mismo, y soy tan inteligente que a veces no entiendo ni una palabra de lo que digo.

Perdona siempre a tu enemigo. No hay nada que le enfurezca más.

Es bastante difícil no ser injusto con lo que uno ama.


Estoy convencido de que en un principio Dios hizo un mundo distinto para cada hombre, y que es en ese mundo, que está dentro de nosotros mismos, donde deberíamos intentar vivir.


El arte de la música es el que más cercano se halla de las lágrimas y los recuerdos.

No hay comentarios :