21 marzo 2007

Bestia

Érase una vez una bestia caída en desgracia. La razón de su infelicidad era el hecho de no tener el mismo origen que las demás. Había más animales a su alrededor, pero ella estaba ciega, sólo reconocía a los de su misma especie como iguales, y sólo le interesaba su aprobación. Pero las demás la repudiaron desde el primer día que la vieron. Era objeto de burlas y humillaciones.

Se vió obligada a fingir ser otro tipo de animal para no atraer más aún la atención sobre ella. Probó a ponerse varias máscaras y a asumir distintos papeles dentro de la manada, fijándose en cuál sería el apropiado para caer en gracia a las demás béstias.. aún intentándolo, había cosas que por su propia naturaleza no podía hacer como los demás animales: no podía comer donde los demás lo hacían, ni lo que ellos comían.

Las demás bestias no confiaban en ella y los más fuertes de la manada intentaban usarla en su beneficio. Ella se daba cuenta de todo eso, pero no le importaba. Creía que lo importante era permanecer en su compañía, y aunque no se llenaba el vacío de su interior todavía guardaba la esperanza de que un día la comprenderían y apartarían sus diferencias con ella.

No obstante, aunque la bestia fuese en parte víctima de su situación, empezó a buscar la solución por caminos incorrectos. Empezó a mentir por costumbre para evitar conflictos con las otras bestias, desconfiaba de los demás animales de fuera de la manada que se le acercaban, mirándolos con recelo para así dejar ver a sus compañeros que ella era igual que ellos, y llego a formarse un estado falso de orgullo que le marcó para siempre.

Y aunque su recién creada personalidad estúpida hacia el mundo y hacia sí misma la hacían sentir más segura, apenas se comunicaba con las demás bestias. Cada día tenía más y más terror de hablar con ellas porque tenía miedo de que le descubrieran alguna debilidad bajo su perfecta máscara. Sentía como cada mirada de una de ellas se clavaba atravesándola como si fuera trasparente, pudiendo ver todo lo que sentía en realidad en su interior.

Pensaba: “Ahora no me comprenden porque son jóvenes, pero seguro que dentro de un año o dos, cuando me conozcan mejor y vean que soy buena y hago cosas de provecho para ellas, me aceptan..” Pasaron así varios años, y ella iba repitiendose a sí misma la misma frase. Pasaron más años todavía, todos crecieron, ella también, y aunque su corazón se agotaba de seguir intentándolo, ahí estaba.

La bestia no podía correr de la misma forma salvaje como corrían los demás. Siendo así, pronto se quedó atrás en muchas ocasiones, la manada miró hacia atrás varias veces tratando de esperarla a regañadientes, pero al final optaron por abandonarla y seguir su camino. La bestia intentó seguir a la manada durante mucho tiempo, en cierta manera.. ahora todavía lo intenta.

Después de lloros y sufrimiento, y hallándose sin un grupo fijo, la bestia se sentía desarraigada de cualquier sitio de este mundo. Se había separado de su lugar natal al nacer y había intentado echar raíces en otro sin éxito. Así pues… ¿dónde iría? Ahora que no le quedaba ningún sitio al que pertenecer…

Fue entonces cuando de una forma más o menos forzada se vió obligada a abrir los ojos que durante tanto tiempo había tenido cerrados, y a darse cuenta de la realidad de la jungla en la que vivía: la realidad es que todos sobreviven como pueden, independientemente de pertenecer a un grupo, y de que no son tan importantes las raíces, pues muchos animales se ven obligados a abandonarlas, por migración, por el clima, etc.

Al pasar unos años, siendo ya adulta, la bestia encontró a una de sus antiguas bestias camaradas. El destino la había vuelto a unir a su pasado.

“¿Cómo están los demás?”

“¿Los demás? ¿Qué dices? No lo sé, hace bastante tiempo que la manada dejó de existir, nos fuimos cada uno por nuestro lado. Unos por necesidades de alimentación, otros buscando tierras más fértiles para alimentar a su familia. Todos hemos tomado nuestros caminos.”
Entonces la bestia lo comprendió todo. Había estado muy ciega, la ignorancia sobre el mundo le había hecho formarse una imagen idealizada de su manada, y eran animales como cualquier otro, que se ven obligados a seguir su propio destino una vez llegado el momento. No son mejores ni peores que los demás, ni que ella.

Pero aunque sabía esto, ella seguía sintiendo en su interior aquellas miradas que la traspasaban. Las bestias que la conocían desde joven sabían bien como era, y aquello la hacía sentirse débil, aunque ya se había desprendido de sus máscaras, su desconfianza y su orgullo desmedido. Esa herida ya no volvería a sanar.

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